Hace varios años participo en la página de los cuentos. La página azul solemos llamarle. Allí he participado en Retos (certámenes internos) en los que he tenido algún que otro galardón. Más allá de la anécdota, tenía ganas de compartir algunos relatos o poemas que escribí en esos retos. Ninguno en particular, todos forman parte de mi historia de escritora. Y hoy quería dejártelos aquí, para compartir.
Caminó por la acera, mirando una y otra vez hacia la puerta.
Ya había golpeado. Nadie respondía.
Su cabeza era un puzzle. Sí, así le decía su hijita Noelia, que hablaba perfecto inglés. Si supiera. De dónde salía su “puzzle”.
Un auto giró en la esquina. Sí. Era ella. Definitivamente.
Cuando se abrió el portón automático, salió corriendo y se metió delante del auto. La mujer lo miró indiferente: “Házte a un lado, Cacho, por favor” le dijo con desgano, desde el auto.
Lo entró al garage mirándolo despectiva: “¿qué quieres ahora?” inquirió. “Necesito más dinero, Nélida” le dijo, un tanto desconcertado. “Y ahora, ¿qué?” preguntó la mujer, bajando del auto.
Cacho se restregaba las manos húmedas, había leído en una revista que hojeó en casa de su hermana, que habían encontrado una cura para esa sudoración que lo afectaba, aunque él sabía que era ansiedad. La mujer lo intimidaba.
“Pasá” le dijo, oprimiendo el botón que cerraba el portón de garage.
El la siguió como siempre, como un perro herido al que van a curar, hambriento, al que van a alimentar.
“Tendrás que ganártela. Espera en el jacuzzi” le dijo Nélida, quitándose los zapatos en el comedor.
El fue, obediente. Necesitaba pagar el sanatorio. Temía que la quimioterapia la matara antes que el cáncer, ya había perdido todo el cabello. Se quitó la ropa, pasó por la ducha y fue al jacuzzi. Nélida ya estaba envuelta en sus caros perfumes y la seda a la que se le resbalaba de las manos cada vez que la desnudaba. Y siguió el ritual de siempre, hasta que ella quedó exhausta.
*
“Enfermera” llamó. El office estaba cerrado. Miró el reloj: eran las doce de la noche. Debería estar dando las medicaciones, pensó.
Se asomó al cuarto de su esposa, y vio la cama vacía. Se le hizo un nudo en el estómago. La enfermera se acercó con una bandeja metálica en las manos: “Cacho, lo siento”, le dijo. “ Se murió llamándolo” Pero él, ya no escuchaba. Dentro suyo, las lágrimas se morían. Una vez más.
Ya había golpeado. Nadie respondía.
Su cabeza era un puzzle. Sí, así le decía su hijita Noelia, que hablaba perfecto inglés. Si supiera. De dónde salía su “puzzle”.
Un auto giró en la esquina. Sí. Era ella. Definitivamente.
Cuando se abrió el portón automático, salió corriendo y se metió delante del auto. La mujer lo miró indiferente: “Házte a un lado, Cacho, por favor” le dijo con desgano, desde el auto.
Lo entró al garage mirándolo despectiva: “¿qué quieres ahora?” inquirió. “Necesito más dinero, Nélida” le dijo, un tanto desconcertado. “Y ahora, ¿qué?” preguntó la mujer, bajando del auto.
Cacho se restregaba las manos húmedas, había leído en una revista que hojeó en casa de su hermana, que habían encontrado una cura para esa sudoración que lo afectaba, aunque él sabía que era ansiedad. La mujer lo intimidaba.
“Pasá” le dijo, oprimiendo el botón que cerraba el portón de garage.
El la siguió como siempre, como un perro herido al que van a curar, hambriento, al que van a alimentar.
“Tendrás que ganártela. Espera en el jacuzzi” le dijo Nélida, quitándose los zapatos en el comedor.
El fue, obediente. Necesitaba pagar el sanatorio. Temía que la quimioterapia la matara antes que el cáncer, ya había perdido todo el cabello. Se quitó la ropa, pasó por la ducha y fue al jacuzzi. Nélida ya estaba envuelta en sus caros perfumes y la seda a la que se le resbalaba de las manos cada vez que la desnudaba. Y siguió el ritual de siempre, hasta que ella quedó exhausta.
*
“Enfermera” llamó. El office estaba cerrado. Miró el reloj: eran las doce de la noche. Debería estar dando las medicaciones, pensó.
Se asomó al cuarto de su esposa, y vio la cama vacía. Se le hizo un nudo en el estómago. La enfermera se acercó con una bandeja metálica en las manos: “Cacho, lo siento”, le dijo. “ Se murió llamándolo” Pero él, ya no escuchaba. Dentro suyo, las lágrimas se morían. Una vez más.
26 de noviembre de 2006
2 comentarios:
Ni un final sonriente a un texto tan duro. "Las lágrimas se morían" Amargo el relato. Cada uno metido en su propio mundo, como en la realidad estamos todos.
La realidad amarga de la mujer que paga, que compra un pedazo de vida, sin verdades que la sustenten. El inútil sacrificio que no nos permite juzgar a quien se vende.
Nos leemos.
Gracias por estar, estar, estar, no sólo en mis letras, May. Nos leemos más allá de las letras, en el alma.... Adriana
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